TOR Y LA MONTAÑA MALDITA, Parte 1

TOR Y LA MONTAÑA MALDITA, Parte 1

Hasta el desvío de Llavorsí todo eran risas y alguna que otra anécdota de juventud, cuando ahí mismo nos tirábamos haciendo rafting río abajo con los amigos, demasiados años atrás. Cogemos el desvío hacia la carretera comarcal y todo va oscureciéndose poco a poco, en todos los sentidos. 

La Vall Ferrera es un interminable desfiladero que sigue el curso del río Cardós y no sortea ninguna de sus curvas ni meandros. De pasado minero, en este valle aún existen grutas y minas que han caído en el olvido tras el abandono de sus pueblos y sus gentes. La espesa masa de árboles y la altitud misma de sus cumbres hacen que la carretera vea la luz del sol sólo unas pocas horas al día; incluso en verano, es como si de un eclipse se tratara.

La misma ruta siguió el periodista Carles Porta un día de 1997 para contar, bajo orden de la dirección de informativos del canal catalán TV3, la noticia sobre unas extrañas muertes que habían ocurrido en el pueblo de Tor un tiempo atrás: sólo necesitaban un par de minutos para incluirlo en el informativo del día, no era una gran historia, pero había que cubrirla.

Con el río por debajo empezamos a remontar la carretera de montaña que nos lleva -o eso creemos- al último pueblo de los Pirineos. Tor es un pequeño núcleo urbano a 1600 metros de altitud en el Pirineo catalán, muy cerca del encuentro entre las fronteras española, andorrana y francesa. Es, literalmente, donde Cataluña termina. Perfecto para nómadas como nosotros. En los mapas la carretera de Tor no continua, termina en el pequeño riachuelo que cruza el pueblecito, y la única forma de seguir más allá de éste es con un todoterreno y mucha paciencia.

Aún hoy día no recuerdo si fue una ilusión o no, pero parecía que la carretera iba estrechándose a cada curva, como si quisiera proteger el valle de visitantes como nosotros. Tras una media hora desde Llavorsí llegamos a la villa de Alins, uno de esos rincones del Pirineo que fueron en su día lugar de paso de ganado, escondite de fugitivos y de comerciantes atrevidos. Ahora cuenta con un par de bares, una piscina municipal y alguna que otra familia de Barcelona buscando la tranquilidad de las montañas.

Fue en uno de esos bares donde Porta se topó en persona con Palanca, un ser que con la fama que le precedía bien podría haber sido el mismísimo hombre del saco. Palanca era uno de los ‘hombres fuertes’ de Tor, bandera viva de una de las pocas familias que quedaban en el pueblo, y principal sospechoso de la muerte de Sansa, por cierto. Josep Montané, que era como se conocía al abuelo Sansa, fue encontrado muerto en su casa de Tor un día de verano de 1995. Sin duda, tenía que haber alguna buena razón por la cual una de las personas más importantes del pueblo había aparecido muerta, y la otra no.

Antes de continuar, sin embargo, crucemos la frontera para ver Tor desde la distancia, desde el Port de Cabús. Si alguna vez has esquiado en Andorra, en especial en Vallnord, te habrá sorprendido el buen estado de la carretera hasta las pistas de Pal. Esa carretera, que es casi una autovía, termina justo donde la frontera se dibuja, corta literalmente el asfalto. Ese era pues el principal problema y virtud de Tor, que sus terrenos terminaban donde empezaba Andorra. En esa cercanía unos vieron oportunidad y otros cambio, y bien es sabido que los cambios no son muy bien recibidos en comunidades tan pequeñas y tradicionales como esta. 

El que había sido uno de los pueblos más importantes del Pirineo de Lleida, era aquél entonces para unos la montaña de siempre, la que hacía ricos a algunos gracias al contrabando de tabaco y otros bienes de Andorra a España, siendo el paso fronterizo controlado por una de sus familias, a través de las praderas , caminos y bosques de Tor.

Para otros, con el cambio de milenio a la vuelta de la esquina, era un pozo de oportunidades avivadas por un tercer personaje que no facilitó las cosas, el agente inmobiliario andorrano Rubén Castañé. Éste, un personaje bien curioso, quería ser el promotor de la construcción de una grandísima estación de esquí en los mismísimos terrenos de Tor, para que se uniera al complejo andorrano de Pal con todo lo que eso conllevaba. 

Los propietarios de la montaña tuvieron que mover ficha, por las buenas o por las malas. Pero, ¿quién era su dueño?