Los 4 mejores inventos catalanes

Los 4 mejores inventos catalanes

Tras haber abordado con éxito el peliagudo asunto del pantumaca que os invito a leer en estas mismas páginas, parece que me estoy convirtiendo en todo un especialista en el asunto de los inventos catalanas.

En aquella ocasión dejé a vuestro criterio si la idea había nacido en el metro de Barcelona, en una calle parisina o en la mesa de algún filósofo griego, pero esta vez la cosa está bien clara: todos los que os traigo hoy son más catalanes que el Barça, el caganer o los gloriosos calçots. Eso si, tal vez la valoración de su importancia es algo personal. Soy un fanático de los cacharros que se mueven, de las golosinas y de pasármelo bien, aunque tal vez sea algo hipocondríaco. Explicación dada, ya no creo que os extrañe mi particular visión de lo que es un «mejor» invento. Empezamos:

Inventos catalanes

El submarino

Si has visitado el Puerto de la Ciudad Condal, muy cerquita de la estatua de Colón, encontraréis una réplica de un submarino. Es el «Ictíneo II» y es casi imposible que lo pases por alto. La gente lo conoce como «el submarino ese que está junto al Maremagnum».

Narcís Monturiol, su inquieto inventor, tendría su momento de inspiración cuando desterrado por sus actividades políticas en Cadaqués, observó a varios pescadores realizar su faena buceando a pleno pulmón. Conseguiría la financiación para el primer proyecto, obviamente llamado «Ictíneo I», que ya permitía sumergirse perfectamente y resolvía el problema de la respiración bajo el agua.

Propulsado por la fuerza human, el «I» (un mero prototipo experimental) sufrió un accidente en el Puerto de Barcelon; y entonces aparecería la verdadera revolución: D. Narcís creó una compañía de nombre decimonónico «La Navegación Submarina», que botó en 1864 una segunda versión dos veces mayor que la primera y totalmente mejorada. Se movía por la fuerza del vapor y era capaz teóricamente de sumergirse hasta los 500 metros. Para haceros una idea del prodigio, los submarinos tipo Seawolf actuales tienen una profundidad operativa de 240 y no deberían pasar en condiciones normales de los 480. El «Ictíneo II», superaría así a cualquier otra invención sumergible de los siguientes 80 años. Ahí queda eso.

El fabuloso porrón

Nada mejor que tomar una cervecita o un vino fresquito, compartiéndolo entre amigos y a la vera del Mediterráneo. El porrón siempre me trae recuerdos de tardes y noches imborrables en Valencia y, por su sencillez y utilidad, se ha ganado su hueco en mi particular lista. ¿Acaso un botijo no es una genialidad? Pues con el porrón pasa lo mismo.

Nos cuenta Joan Amades en un interesante estudio sobre el asunto (El porró, escrito en 1938) que en la Edad Media existía la costumbre de servir el vino en una especie de embudos o en cuernos con un agujero. Los clientes tenían que taparlos permanentemente para no desperdiciar el licor, con lo cual no tardaban mucho en pedir la siguiente ronda. Tenía que ser todo un reto aguantar más de cinco minutos el dedo para que aquello no goteara y, lógicamente, ese «invento» era todo un chollo para los propietarios del negocio.

A  finales del siglo XIV y con el fin de darle al cuerno un sentido más práctico y eliminar estas cuestionables costumbres de los taberneros, el cuerno se fusionó con la botella y surgirían los primeros porrones. De estos, se conserva un ejemplar hallado en Poblet y datado a principios del siglo XV.

Inventos catalanes
Es bueno, es barato, no te manchas y pide que te lo comas ¿te extraña su éxito?

Chupa Chups

Seguro que has escuchado ese tópico de que los inventos españoles consisten en añadir un palo a algo y siempre se ponen los dos mismos ejemplos. Como la fregona es de un señor de Logroño, mejor pasamos palabra al siguiente invento con palo que sí es muy, muy catalán.

Enric Bernat Fontlladosa adquirió en 1957 la empresa Granja de Asturias S.A. y, fanático del fútbol como pocos, idearía en 1958 el «Gol», un caramelo redondo y con palo que imaginó como un balón entrando en la portería o boca del niño. Por supuesto, la idea era que el infante no se manchara. Según llegó a declarar el Sr. Bernat, «Comer Chupa Chups es como comer caramelos con un tenedor».

Finalmente, una agencia publicitaria de la Barcelona de 1963 (que ya andaban entonces vendiendo eso del marketing), sugeriría el cambio de nombre de este primitivo «Gol» a «Chups», pero sería una curiosa historia de la publicidad radiofónica la que  llevaría al producto adoptar su nombre definitivo. La canción decía algo así como «…chupar, chupar, como un Chups» y claro, los niños empezaron a acudir a millares a los kioskos pidiendo directamente ¡su Chupa Chups!

Por si fuera poco, en esta historia hay doble combo mortal de genialidad. ¿Sabes quién ideó su imagen actual?. Cuando se lo encargaron en 1969, pensó que lo mejor sería utilizar el antiguo logotipo añadiéndole una forma geométrica al fondo que recordara a una margarita y simplificar un poco los colores que venían usándose. El responsable de estos cambios de diseño: un tal Salvador…Salvador Dalí.

Pastillas Juanola

¿Adictivas? No, lo siguiente. ¿Útiles? Si, pero sabes que hay algunos medicamentos mejores para la tos. ¿Están buenas? Ehhh, eso depende. Se trata de un gusto adquirido, de esos que te obligan a que los adores a base de repetición, como la cerveza. Seguro que la primera que las probaste te hizo poner cara de manga japonés, aunque de todo eso ya no te acuerdas, porque si tienes, no puedes dejar de comerlas.

Su historia arranca en 1906 cuando el farmacéutico Manual Juanola Reixac, empezó a producir estas pastillas contra la tos en su farmacia del barrio de Gracia. Un año más tarde, estaba vendiendo más de 100000 unidades, y dos años después, en 1908 comenzó a hacer publicidad en los cines mediante imágenes fijas, toda una novedad. El crecimiento fue imparable y, aunque no siempre se pudieron relacionar con la cajita roja (en la Guerra Civil llegaron a venderlas por unidad en papel), las pastillas que «curan la tos, aclaran la voz y refrescan la boca», se han convertido en todo un invento. Al menos, a juzgar por el número de adictos que necesita (mos) tener siempre una cajita cerca.

 Aquí os dejo, salgo de viaje en media hora y todo esto me ha recordado que todavía no tengo en la maleta ni las Juanolas ni los Chupa Chups, desgraciadamente Lufhansa no me dejará viajar con el porrón y mucho menos con el submarino…

¡Nos leemos pronto!